jueves, 22 de noviembre de 2007

Maravillas de la técnica

Ya lo decían en "La verbena de la Paloma": Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Escribo desde el aeropuerto de Mumbai, a punto de coger el avión para regresar a casa (bueno, el primero de los dos aviones que tengo que coger). Me conecto con el ordenador portátil a través de la red inalámbrica gratuita disponible en el aeropuerto y saboreo la posibilidad de tener de nuevo acceso a una conexión de banda ancha (casi había olvidado que es posible que las páginas se descarguen casi instantáneamente). He cargado las fotos digitales que he tomado cuando venía en el tren y os dejo ésta. Este niño iba recogiendo las botellas de agua que íbamos dejando en los vagones. Supongo que las vende al peso para reciclar, porque las iba vaciando del agua que quedaba, pero dejando un poquito, lo justo para que aumente un poco el peso sin que se note demasiado. La técnica avanza, pero está claro que no nos afecta a todas las personas de la misma manera.

lunes, 19 de noviembre de 2007

El tercer sexo

Este es Sabir. Tradicionalmente, los hombres de su casta eran actores que se vestían de mujer y realizaban representaciones incluso enfrente de los maharajas. Durante un tiempo se les prohibió trabajar pero ahora pueden volver a hacerlo legalmente. Sabir, que está casado y tiene dos hijos, se pone sus saris y su maquillaje y sale a la calle. Pide por la calle y la gente le da dinero. Al principio yo pensé que era un hijra, pero me dijeron que ellos son diferentes, que no son actores, sino que su condición es natural y no usan maquillaje. Muchos piensan que los hijras son el tercer sexo, ni hombres ni mujeres. Algunos tienen órganos sexuales ambiguos, de ambos sexos. A veces se les llama eunucos, pero sólo algunos han sido castrados. La mayoría son físicamente hombres pero adoptan la identidad de mujeres. Por lo que he leído, es una identidad compleja, que se ha desarrollado de una forma diferente a la de travestís o transexuales en occidente. Dejan a sus familias y castas para vivir en comunidad con otros (o quizá debería decir otras) hijras. Una de sus formas de ganarse la vida es yendo a las casas donde ha habido el nacimiento de un hijo varón, ya que se supone que tienen poder para bendecir a los recién nacidos, o para echarles una maldición si no se les paga lo suficiente. También van por los trenes pidiendo dinero. Yo encontré a uno en uno de mis viajes y no me insistió mucho para que le diese dinero, pero sí que vi que bastante gente le dio algo de dinero, más que a otros mendigos que habían pasado antes. El dinero que cada uno recauda lo ponen en común entre todos. Últimamente también se benefician de los centros comerciales, que están empezando a surgir como setas en las ciudades más grandes. Van a centros que se acaban de inaugurar y exigen que les den dinero. Si no se lo dan amenazan con montar un escándalo y finalmente suelen llegar a un acuerdo para que les paguen cantidades bastante importantes. En algunos lugares, los recaudadores de impuestos les han empleado para que actúen como una especie de cobradores del frac, para conseguir que los morosos paguen sus impuestos.

lunes, 12 de noviembre de 2007

¿Qué apostamos?

Cuando estaba en España el viaje más pesado que tenía que hacer era un trayecto en metro de 15 minutos en hora punta sin poder sentarme. O quizá pasar cinco horas en un cómodo autobús para llegar a Madrid. Hasta ahora, en India había viajado principalmente en tren o alguien me llevaba en su jeep, pero últimamente me ha tocado probar el “placer” de viajar en autobús. Antesdeayer, por ejemplo, hice uno de esos viajes. A la ida tuve suerte y encontré asiento. Yo creo que fue porque era pronto, un autobús que salía a las siete de la mañana. Un día normal eso ya sería madrugar bastante para mí pero lo fue más teniendo en cuenta que era el día siguiente a diwali (el festival de la luz, el equivalente a nuestra nochevieja) y que esa noche se la pasaron tirando petardos. Supongo que los tiraban por toda la ciudad (en realidad, por todo el país) pero a mí los que más me molestaban eran los que tiraban justo delante de mi casa. Con deciros que me tuve que cambiar de habitación y acostarme en un colchón en una habitación que da para atrás para así poder dormir un poco.

En fin, que me desvío del tema. Sigo contando mi viaje. En cuanto salimos de Vyara cogimos una carretera que es lo suficientemente buena para que el autobús alcance cierta velocidad (nada espectacular, no os penseis, puede que llegasemos a los 70 kms. por hora) pero no lo suficientemente buena como para tener el piso liso. Las ventanas del autobús no encajaban bien y con el traqueteo producían un ruido que me estaba sacando de quicio. Era como estar junto a un avión a punto de despegar. Poco a poco, no sé si porque me acostumbré o porque la carretera empeoró y tuvimos que reducir la velocidad, acabé por olvidarme del ruido. Y así completé mis tres horas de trayecto. Acabé el trabajo que tenía que hacer y cogí el autobús de vuelta a casa. Esta vez no tuve suerte y no me pude sentar al montarme y ahí descubrí lo que es ir en un autobús a tope. Los autobuses tienen un pasillo central, con dos asientos a un lado y tres al otro, pero donde se apretuja bastante más gente que asientos. Creo que el record que he visto hasta ahora de gente sentada en el lado de tres asientos han sido dos adultos y cinco niños. Y el pasillo a rebosar. Cuando parece que no cabe más gente, llega alguna otra persona y la gente se apretuja un poco más. Y nadie se queja. No se paga el billete antes de montarse sino que el cobrador se va desplazando por el autobús cuando el vehículo está en marcha. Y lo más increíble es que el tipo se las arreglaba para pasar aunque parecía que ya no cabía ni un alfiler. Afortunadamente en una de las paradas intermedias se bajó bastante gente y me pude sentar para acabar el trayecto con relativa comodidad.

Lo que me consuela durante esos viajes es pensar que yo sólo sufro esas incomodidades de vez en cuando. Para la mayoría de la gente, sus desplazamientos cada vez que se tienen que mover son así o peores. Para muchos destinos no hay autobuses frecuentes y mucha gente se desplaza en unos jeeps compartidos o en camión y ahí sí que realmente van amontonados. A menudo me acuerdo de una de las pruebas del “¿Qué apostamos?”, aquel programa de televisión que presentaban Ramón García y Ana Obregón. En una de las pruebas un grupo apostó que se podían meter tropecientos en una furgoneta. No recuerdo cuántos eran, pero estoy segura de que en la India ese número se supera a diario.